martes, 10 de junio de 2014

LEYENDAS

  1. DON ANTÓN GARCÍA DE BONILLA: EL “JINETE FANTASMA”
El Antón García de Bonilla que ha venido a formar parte de la leyenda Ocañera fue un personaje histórico, real.


Era don Antón García de Bonilla hijo de don Antón, el conquistador valiente de su mismo apellido. Heredo de su padre con el temple toledano de su alma, crecidísimo caudal que aumento aún más a poder de indomable energía, de talento y de asombrosa actividad. Casado muy joven con doña María Téllez, linda como una rosa al abrirse, buena como el trigo candeal, e hija del linajudo Luis Téllez Blanco Girón. Espléndido como un sátrapa de oriente, romántico y artista tal vez sin comprenderlo, convertía para su placer y el de su dama los turbulentos ríos en deliciosos lagos encantados. Duro con los siervos altivos, enérgico e indomable, cuando el caso llegaba, como un barón feudal, ostentoso y deslumbrador en sus riquezas.

Un día desventurado, en una de sus haciendas, sus hijas y sobrinas cayeron víctimas de la epidemia, y la ciencia vencida le abrió paso a la muerte inminente, Don Antón, atribulado, pensó en Santa Rita, la santa milagrosa que se venera en una calle melancólica de Ocaña. Sin reparar en la hora ni en el mal tiempo, don Antón emprendió viaje precipitado a la ciudad seguido de sus criados y cabalgaduras de remuda, pero le fue imposible por la condiciones, al segundo intento y hasta que al fin, muy cerca de las doce, llego al santuario y se echó a los pies de la patrona de los desesperados, le ofreció, rogó y suplico a Santa Rita la promesa de visitar su capilla durante todos los primeros viernes de cada mes si curaba a sus hijas y sobrinas. Hecha la promesa formal a trueque de la salud de sus idolatradas enfermas, don Antón regresó a su hacienda. Como por ensalmo, los hermosos luceros de su hogar habían restablecido notoriamente con el paso del tiempo. Vino la vejez y con ella le trajo una enfermedad conocida como Alzheimer y luego llegó la muerte.
Por culpa de dicha enfermedad, Don Antón no volvió a acordarse de Santa Rita, pero Santa Rita no se olvidó de Antón.

Y he aquí por qué, cuando aún este lento progreso de que ahora disfrutamos no nos había iluminado las oscuras noches, don Antón, caballero en veloz potro de fuego, volvía a cruzar en desesperado galope cumpliendo su palabra desde ultratumba, envuelto en negra capa y con tabaco en la boca, al favor de las sombras, las desoladas calles de la ciudad dormida rumbo al olvidado santuario de la santa abogada de imposibles.

FICHA TÉCNICA
CLASE
Espanto
LOCALIZACIÓN
Aparece frecuentemente en el barrio Santa Rita, en la provincia de Ocaña Norte de Santander.
HÁBITAT
Recorre la calle del empedrado de Santa Rita y el barrio Santa Rita en Ocaña en horas de la madrugada.
ALIMENTACIÓN
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PODERES
Recorre las calles veloz en un potro de fuego, cruzando en desesperado galope, cumpliendo su palabra desde ultratumba, envuelto en negra capa y con tabaco en la boca.
CARACTERÍSTICAS FÍSICAS
Representa las características propias del “señor” español: hidalguía, filantropía, porte varonil y reciedumbre de espíritu.
CONTRAS
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  1. LEONELDA HERNANDEZ: LA BRUJA LEGENDARIA


La leyenda tiene como escenario la población de la “Loma de González y el Cerro de la Horca, en la ciudad de Ocaña.

Según el relato, Leonelda era una joven hechicera de la tribu Búrbura. "Leonelda no pasaba de 26 años, y su cuerpo era esbelto y su porte gentil, pese a su evidente condición campesina. En el bello rostro de color aceituno y de trazos casi perfectos, brillábanle con fuego misterioso unos grandes ojos negros.".
Nació, creció y seguramente deambula todavía en las afueras de Burgama, hoy González, un pequeño municipio colgado en las goteras de Ocaña, pero agregado a la geografía del Departamento del Cesar.
Leonelda compartió su adolescencia con María Antonia Mandona, María Pérez, María de Mora y María del Carmen, en un rancho escondido en mágico paraje de la cordillera. Allí, entre ruidos exóticos y aquelarres espantosos, las cuatro Marías y Leonelda, prepararon menjurjes maravillosos para devolver el amor perdido, quitar y poner el mal de ojo, y comprometer la voluntad de los despistados.
Su fama creció como la espuma y se fue con el viento por aquellas regiones ariscas hasta cuando la Iglesia puso el grito en el cielo y las autoridades se vieron obligadas a cazarlas como a conejos entre los breñales de los indios búrburas.

Las pruebas de su superchería aparecieron generosas en todos los rincones de su rancho, en forma de huesos y huevos de sapo, hierbas maléficas y toda suerte de talismanes.

Del monte bajaron aturdidas y magulladas por los bolillos furiosos de los gendarmes. En las polvorientas calles del pueblo, en lugar de conmiseración, recibieron ultrajes de los escandalizados feligreses y maldiciones de las viejas beatas, apostadas en todas las ventanas.
Finalmente, "con cepo, grillos, cadenas en los muslos y en las manos y soga en el pescuezo pararon en la cárcel de la aldea".

La sentencia no se demoró porque el temor de los terribles maleficios pudo más que la disposición que obligaba al Alcalde de Burgama a consultar su decisión con las autoridades virreinales de Santa Fe. Esa misma noche, la del 5 de septiembre de 1763, María Mandona, en su condición de hechicera mayor, fue colgada de un árbol para purgar sus pecados y los de sus compañeras de andanzas.
Muerta la Mandona, sus discípulas, movidas por el afán de la venganza, reanudaron las prácticas diabólicas y se convirtieron en el terror de la región.

Doce años habían corrido desde aquellos acontecimientos cuando Leonelda Hernández fue capturada para purgar una condena del Tribunal del Santo Oficio. Se le acusaba de persistir en la hechicería y de haber dado muerte a su marido Juan de la Trinidad.

Gozaba de fama de guerrera y alardeaba de poderes sobrenaturales, con los cuales tenía en vilo la vida de los lugareños, que no eran pocos, pues su magia había trascendido las fronteras de los búrburas.
Los hombres de la Santa Inquisición armaron el aparato del suplicio en El Alto del Hatillo, conocido ahora como Cerro de la Horca. Al despuntar el día, el verdugo rodeó con la soga el hermoso cuello de la bruja y se dispuso a correr el nudo mortal.

¡Aquí de los búrburas! gritó ella, con el último aliento. 

Y como llamados ante un conjuro misterioso, brotan de todas partes los indómitos nativos, que después de saetear a la soldadesca y colgar a su jefe, parten con Leonelda hacia sus reductos inexpugnables.

FICHA TÉCNICA
CLASE
Histórica
LOCALIZACIÓN
Loma de González y el Cerro de la Horca, en la ciudad de Ocaña
HÁBITAT
Deambula todavía en las afueras de Burgama, hoy González, un pequeño municipio colgado en las goteras de Ocaña, pero agregado a la geografía del Departamento del Cesar.
ALIMENTACIÓN
Españoles que habitaban las tierras del cesar y parte de Norte de Santander en ese entonces.
PODERES
Hechicería
CARACTERÍSTICAS FÍSICAS
Leonelda no pasaba de 26 años, y su cuerpo era esbelto y su porte gentil, pese a su evidente condición campesina. En el bello rostro de color aceituno y de trazos casi perfectos, brillaban con fuego misterioso unos grandes ojos negros.
CONTRAS
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