- DON
ANTÓN GARCÍA DE BONILLA: EL “JINETE FANTASMA”
El Antón García de Bonilla que ha
venido a formar parte de la leyenda Ocañera fue un personaje histórico, real.

Era don Antón García de Bonilla
hijo de don Antón, el conquistador valiente de su mismo apellido. Heredo de su
padre con el temple toledano de su alma, crecidísimo caudal que aumento aún más
a poder de indomable energía, de talento y de asombrosa actividad. Casado muy
joven con doña María Téllez, linda como una rosa al abrirse, buena como el trigo
candeal, e hija del linajudo Luis Téllez Blanco Girón. Espléndido como un
sátrapa de oriente, romántico y artista tal vez sin comprenderlo, convertía
para su placer y el de su dama los turbulentos ríos en deliciosos lagos
encantados. Duro con los siervos altivos, enérgico e indomable, cuando el caso
llegaba, como un barón feudal, ostentoso y deslumbrador en sus riquezas.
Un día desventurado, en una de
sus haciendas, sus hijas y sobrinas cayeron víctimas de la epidemia, y la
ciencia vencida le abrió paso a la muerte inminente, Don Antón, atribulado,
pensó en Santa Rita, la santa milagrosa que se venera en una calle melancólica
de Ocaña. Sin reparar en la hora ni en el mal tiempo, don Antón emprendió viaje
precipitado a la ciudad seguido de sus criados y cabalgaduras de remuda, pero
le fue imposible por la condiciones, al segundo intento y hasta que al fin, muy
cerca de las doce, llego al santuario y se echó a los pies de la patrona de los
desesperados, le ofreció, rogó y suplico a Santa Rita la promesa de visitar su
capilla durante todos los primeros viernes de cada mes si curaba a sus hijas y
sobrinas. Hecha la promesa formal a trueque de la salud de sus idolatradas
enfermas, don Antón regresó a su hacienda. Como por ensalmo, los hermosos
luceros de su hogar habían restablecido notoriamente con el paso del tiempo.
Vino la vejez y con ella le trajo una enfermedad conocida como Alzheimer y
luego llegó la muerte.
Por culpa de dicha enfermedad,
Don Antón no volvió a acordarse de Santa Rita, pero Santa Rita no se olvidó de
Antón.
Y he aquí por qué, cuando aún
este lento progreso de que ahora disfrutamos no nos había iluminado las oscuras
noches, don Antón, caballero en veloz potro de fuego, volvía a cruzar en
desesperado galope cumpliendo su palabra desde ultratumba, envuelto en negra
capa y con tabaco en la boca, al favor de las sombras, las desoladas calles de
la ciudad dormida rumbo al olvidado santuario de la santa abogada de
imposibles.
FICHA
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CLASE
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Espanto
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LOCALIZACIÓN
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Aparece frecuentemente en el barrio Santa Rita, en la provincia
de Ocaña Norte de Santander.
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HÁBITAT
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Recorre la calle del empedrado de Santa Rita y el barrio
Santa Rita en Ocaña en horas de la madrugada.
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ALIMENTACIÓN
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PODERES
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Recorre las calles veloz en un potro de fuego, cruzando en
desesperado galope, cumpliendo su palabra desde ultratumba, envuelto en negra
capa y con tabaco en la boca.
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CARACTERÍSTICAS
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Representa las características propias del “señor”
español: hidalguía, filantropía, porte varonil y reciedumbre de espíritu.
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CONTRAS
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- LEONELDA HERNANDEZ: LA BRUJA
LEGENDARIA

La leyenda tiene como escenario
la población de la “Loma de González y el Cerro de la Horca, en la ciudad de
Ocaña.
Según el relato, Leonelda era una joven hechicera de la tribu Búrbura. "Leonelda no pasaba de 26 años, y su cuerpo era esbelto y su porte gentil, pese a su evidente condición campesina. En el bello rostro de color aceituno y de trazos casi perfectos, brillábanle con fuego misterioso unos grandes ojos negros.".
Nació, creció y seguramente
deambula todavía en las afueras de Burgama, hoy González, un pequeño municipio
colgado en las goteras de Ocaña, pero agregado a la geografía del Departamento
del Cesar.
Leonelda compartió su
adolescencia con María Antonia Mandona, María Pérez, María de Mora y María del
Carmen, en un rancho escondido en mágico paraje de la cordillera. Allí, entre
ruidos exóticos y aquelarres espantosos, las cuatro Marías y Leonelda,
prepararon menjurjes maravillosos para devolver el amor perdido, quitar y poner
el mal de ojo, y comprometer la voluntad de los despistados.
Su fama creció como la espuma y
se fue con el viento por aquellas regiones ariscas hasta cuando la Iglesia puso
el grito en el cielo y las autoridades se vieron obligadas a cazarlas como a
conejos entre los breñales de los indios búrburas.
Las pruebas de su superchería
aparecieron generosas en todos los rincones de su rancho, en forma de huesos y
huevos de sapo, hierbas maléficas y toda suerte de talismanes.
Del monte bajaron aturdidas y magulladas por los bolillos furiosos de los gendarmes. En las polvorientas calles del pueblo, en lugar de conmiseración, recibieron ultrajes de los escandalizados feligreses y maldiciones de las viejas beatas, apostadas en todas las ventanas.
Del monte bajaron aturdidas y magulladas por los bolillos furiosos de los gendarmes. En las polvorientas calles del pueblo, en lugar de conmiseración, recibieron ultrajes de los escandalizados feligreses y maldiciones de las viejas beatas, apostadas en todas las ventanas.
Finalmente, "con cepo, grillos,
cadenas en los muslos y en las manos y soga en el pescuezo pararon en la cárcel
de la aldea".
La sentencia no se demoró porque
el temor de los terribles maleficios pudo más que la disposición que obligaba
al Alcalde de Burgama a consultar su decisión con las autoridades virreinales
de Santa Fe. Esa misma noche, la del 5 de septiembre de 1763, María Mandona, en
su condición de hechicera mayor, fue colgada de un árbol para purgar sus
pecados y los de sus compañeras de andanzas.
Muerta la Mandona, sus
discípulas, movidas por el afán de la venganza, reanudaron las prácticas
diabólicas y se convirtieron en el terror de la región.
Doce años habían corrido desde
aquellos acontecimientos cuando Leonelda Hernández fue capturada para purgar
una condena del Tribunal del Santo Oficio. Se le acusaba de persistir en la
hechicería y de haber dado muerte a su marido Juan de la Trinidad.
Gozaba de fama de guerrera y
alardeaba de poderes sobrenaturales, con los cuales tenía en vilo la vida de
los lugareños, que no eran pocos, pues su magia había trascendido las fronteras
de los búrburas.
Los hombres de la Santa
Inquisición armaron el aparato del suplicio en El Alto del Hatillo, conocido
ahora como Cerro de la Horca. Al despuntar el día, el verdugo rodeó con la soga
el hermoso cuello de la bruja y se dispuso a correr el nudo mortal.
¡Aquí de los búrburas! gritó
ella, con el último aliento.
Y como llamados ante un conjuro
misterioso, brotan de todas partes los indómitos nativos, que después de
saetear a la soldadesca y colgar a su jefe, parten con Leonelda hacia sus
reductos inexpugnables.
FICHA
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CLASE
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Histórica
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LOCALIZACIÓN
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Loma de González y el Cerro de la Horca,
en la ciudad de Ocaña
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HÁBITAT
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Deambula todavía en las afueras de
Burgama, hoy González, un pequeño municipio colgado en las goteras de Ocaña,
pero agregado a la geografía del Departamento del Cesar.
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ALIMENTACIÓN
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Españoles que habitaban las tierras del
cesar y parte de Norte de Santander en ese entonces.
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PODERES
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Hechicería
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CARACTERÍSTICAS
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Leonelda no pasaba de 26 años, y su
cuerpo era esbelto y su porte gentil, pese a su evidente condición campesina.
En el bello rostro de color aceituno y de trazos casi perfectos, brillaban
con fuego misterioso unos grandes ojos negros.
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CONTRAS
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